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sábado, 24 de noviembre de 2018

viernes, 2 de noviembre de 2018

Tercero

25 de febrero de 1972. En la oscura sala estaban los cinco en torno a una mesa con pilas y pilas de fotos de esa persona. Solamente una cálida luz tenue iluminaba, proveniente de una antigua bombilla que colgaba, casi de casualidad, de un corroído cable que nadie debía tocar. El plan estaba casi completo, solo quedaba repasarlo unas veces más y estaría pronto a ser ejecutado. Se veía con claridad, pese a ser tan poco claro, que las intenciones no eran buenas. Y tenían un motivo más que justificado. "Esa persona no podía seguir haciendo de las suyas", se repetían una y otra vez cuando alguno de los integrantes del grupo recordaba alguna anécdota. No hay manera. No podías.
Una vez culminó la junta siniestra, se retiraron uno a la vez, usando camperas negras con capucha. Cada media hora salían del antro, subían los 52 escalones que los separaban de la calle, dirigiéndose a los cuatro puntos cardinales. Era la única manera de no ser todos atrapados.
27 de febrero de 1972. Los fines de semana eran días sagrados. No podían pisar ese lugar, pues era todo menos sagrado. Cualquier persona considerada normal por el tumulto de la humanidad, de haber conocido a cualquiera de ellos, los habría catalogado como seres carentes de moral y ética; sin embargo, no les faltaba ni una pizca de auto-moral o auto-ética. No se podían permitir realizar sus tareas en un fin de semana. Era inaceptable.
Tomaron los bolsos, con fotos y quizás algo más pesado, desperdigaron una vez más todas las fotos, los planos, los bocetos; la totalidad del plan. Previo a comenzar, como era hábito, el dicho: "recuerda aquello que todo aquel olvidará".
Repitióse lo cotidiano.
28 de febrero de 1972. Ese día era clave; ¿por qué? Era el día anterior al plan. Sin embargo, era de noche. Ya no quedaba repasarlo más, ni mucho menos sugerir mejoras o cualquier tipo de enmienda. Era el día para posicionarse. Cada uno de los cinco, cada uno de los cinco a un rincón diferente de la ciudad, aparentemente sin relación alguna. "Sin relación alguna". El reloj pronto marcaría el comienzo de un nuevo día en la ciudad, en el país, y eso lo sería todo. 11:58, y contando.
Comenzaba el juego.
Retiró el primero, colocado cerca de la antena principal (la cual habían adulterado para lograr mayor recepción), el artilugio que tanto añoraban. Al ser tal la fecha, los sistemas de toda la ciudad, de tan solo 3033 habitantes, dejaban de funcionar por un día, el 29 de febrero. Por un error de cálculo, no habían sido tenidos en cuenta los años bisiestos, por lo que el día 29 de febrero había sido simplemente declarado un feriado; un día de absoluta inoperancia; un día que nunca existió.

29 de febrero de 1972. A las 00:00 de este día, activó el primero el dispositivo. Los sistemas se apagaban, entraban en pausa por un día entero, un error de cálculo; esa y otras mentiras eran las conocidas por los habitantes de esa ciudad, de ese poblado, de esa población, de ese lugar con casas que a duras penas era funcional. Ese oscuro, lúgubre, desolado, y pobre asentamiento, rodeado de extensísimos campos grises, incesantemente nublado con las más densas nubes grises. No conocían el día, no conocían la noche; únicamente por la hora era que se guiaban. ¿Error de cálculo del sistema meteorológico? Guiarse, ¿para qué? Para tareas mundanas, inútiles. No avanzaba, no retrocedía, no se estancaba. Era un despojo de lugar.
La cruda verdad: este artilugio, un día encontrado junto a una casa de un granjero loco, desaparecido hace ya décadas, tenía cientos de botones, perillas, luces, etiquetas, carteles, engranes. Con unos pequeños ajustes, así como uno podía regular el volumen de la radio, o bien prender y apagar las luces de un coche, podía uno también interactuar, se diría, manipular a ese poblado horrible. Había sido hallado casi destrozado, casi como un pedazo inservible de basura, describiendo gráficamente como una analogía perfecta al lugar de donde venía; ese pueblito.
Se suponía, según el grupo de los cinco, que en alguna ocasión se había descompuesto. Así como una radio comenzaría a emitir intermitencias extrañas, este aparato había descompuesto a la ciudad. A sus habitantes, a su clima, incluso al sol que alguna vez salía y se ponía.
Luego de muchísimo estudio (el grupo de cinco tenía la característica de ser exhaustivo en sea lo que sea que hiciese; así investigaron a fondo a la máquina), lograron calcular que en algunas fechas se moverían algunos engranes, dando lugar a combinaciones que no eran posibles en el momento. Nuevos botones, nuevas teclas, nuevas noticias para el pueblo horrible que serían explicadas por esa persona de una manera falsa pero linda para escuchar.
En innumerables ocasiones habían intentado ser oídos, ser reconocidos, simplemente ser. Pero esa persona, poderosa y sumamente inoperante, no quería desaferrarse a lo que llamaba "milagros de nuestro Dios". Y así fue como fue apresada.
Seguía siendo 29 de febrero, pues ese día los pilotes se moverían, girarían los pestillos, y el botón se activaría. Se podía leer, en una lengua imposible que lograron descifrar en base a los escritos del granjero loco, que ese botón haría algo así como 'frenar el río'. ¿Será el río, el agua corriente, "el arroyo perenne", lo que conocemos como el curso del tiempo? Así lo creían firmemente los cinco.
29 de febrero, 00:00, 4 segundos. Ya había presionado el botón dos veces, luego una pulsación corta, luego tres largas. Nada indicaba que fuera de otra forma, en ningún libro o documento de esa casa hoy en ruinas. De hecho, había al menos cinco papeles que lo describían de la misma manera. "Frenar el río".
29 de febrero, 00:00, 6 segundos. El test de conectividad temporal había sido exitoso. De otra manera, la bengala que el segundo habría de tirar al aire a las 23:59 del día anterior se habría escuchado; y yo no oí nada. No era factible un error de cálculo, o un error de ningún tipo. El grupo de los cinco no sabía fallar.
29 de febrero, 00:00, 9 segundos. ¿Cuál era la diferencia con lo que sucedía cada cuatro años respecto a esta fecha? Cada vez que existía un 29 de febrero, la máquina realizaba una suerte de reset, devolviendo el día siguiente a la 'normalidad' que poseía el pueblo ese, un asco de lugar. La gente creía que estaba simplemente tomándose el día como un feriado cualquiera, como nochebuena o como año nuevo. Lo que sucedía, estimaban los cinco, no era más que una inhibición de las ondas cerebrales de todo humano en el radio que circunscribía al pueblo ese. Realmente no lo entendían bien, ni querían hacerlo. Únicamente conocían y dominaban los efectos prácticos.
Pero en esta ocasión, a esa inhibición (que, cabe destacar, ellos previeron y ahuyentaron de sí con cascos de metal), se le sumaba el 'freno del río'.
Ahora podían controlar y modificar el pueblo a gusto.
29 de febrero, 00:00, 15 segundos. Al haber pasado 15 segundos, el cuarto sabía que era su turno. La máquina dejaría de hacer ruidos en el segundo siguiente, entraría en efecto la inhibición total; era el punto en el que debía disparar.
Allí estaba la persona, y un segundo después dejaba de estarlo. Solo quedaba una masa de células, sin ondas cerebrales, sin noción del tiempo, ahora también sin vida. "No maté a una persona, sólo introduje metal dentro de un saco de carne"; se dijo el cuarto a sí mismo.
29 de febrero, seguía siendo, ahora 00:00, 16 segundos. La persona no cayó al suelo, ni permaneció en la misma posición. Simplemente, como habían calculado, la inserción del metal en el seno de la emisión de las ondas cerebrales a la vez que las mismas se desactivaban causaba un ligero retroceso en el engranaje mayor de la máquina, controlado por los pensamientos del pueblo, avanzando conforme avanzaba el tiempo allí.
Acto seguido, la persona dejó de estar allí. Ese retroceso en el tiempo implicaba que todo lo que estaba allí debía seguir estando. Pero la persona había dejado de estar allí en ese instante. Pues ahora, no estaría. En efecto, no estaba más.
29 de febrero, 00:00, 18 segundos. El quinto, al conocer la hora, se colocó en ese instante en el lugar donde la persona estuvo, en algún momento; más bien, seguía estando allí. A efectos de la máquina, nunca se había movido. ¿Quiénes sabían que esa persona era otra? De hecho, ¿era otra realmente?
29 de febrero, 00:00, 19 segundos. El primero, siguiendo el plan como habían repasado los últimos 3 años y medio, todos los días semanales, presionó nuevamente el botón. Esta vez, según quien alguna vez fue un granjero loco con inventos casi incomprensibles, el río volvería a fluir.
29 de febrero, 00:00, 20 segundos. Y en ese momento, el grupo de los cuatro volvió a la normalidad. El tiempo volvió a ser lo que alguna vez intentó ser, en ese pueblo horrible, y la gente comenzó su día festivo, quedándose en sus casas todo el día sin saber por qué lo hacían.

Se dirigieron los cuatro, cada uno tomando el camino que debía, para entrar, 52 escalones bajo tierra y darse las manos para no verse nunca más.
"El plan ha sido un éxito", dijeron. Sin embargo, aunque no lo sabían, ellos no tenían la más mínima idea de qué había sido de su plan. Parte del mismo consistía en olvidarse todo una vez el plan concluía. La documentación, también, había sido escrita en un lenguaje en clave que solo era descifrable con la totalidad del grupo. Por alguna razón, estando los cuatro juntos, no podían entender nada. Lo atribuyeron a una funcionalidad de la máquina que ellos no conocieron; aún así, había sido un éxito y lo sabían. Ellos nunca fallaban.
Los cuatro. Nunca.

1 de marzo.
2 de marzo
3 de marzo.
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