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domingo, 17 de mayo de 2020

El barrio secreto de Buenos Aires

Esta historia parece increíble, parece narrar algo imposible o que no tiene sentido. Pero sin embargo, aquí está narrándolo.
Debo a la conjunción de mi mal sentido de la orientación y de mi curiosidad el descubrimiento del barrio Nueva Caledonia. Habiendo habitado esta ciudad por tantos años, y habiendo leído tantos libros sobre sus curiosidades, es aún al día de hoy que no logro comprender cómo este lugar no es conocido por nadie. Ningún programa de televisión, documental, libro o informe hay que hable de su existencia. Mi abuelo, conocedor de la ciudad de punta a punta, jamás había escuchado hablar de este lugar, y mucho menos lo había visitado él mismo. Tampoco lo conocía ningún taxista, ningún repartidor de pedidos, y nadie conocía ni siquiera a alguna persona que tuviera un amigo o pariente viviendo ahí.

Sucedió así. Un día, en vacaciones de verano, me apeteció salir a dar una vuelta porque no tenía nada más que hacer, y además, porque finalmente dejaba de hacer tanto calor. En Buenos Aires, los días de verano en los que se puede respirar y el aire no se asemeja a una masa babosa flotante son un lujo y hay que aprovecharlos. Y así lo hice.
Simplemente empecé a caminar sin ningún rumbo, por varias horas. Me gustaba mucho ver cómo cambiaba el paisaje de la ciudad a medida que cambiaba de barrios, y a veces me sorprendía de lo diferente que lucían las intersecciones de las calles a pocas cuadras, o a veces a sólo unos metros de distancia. El bullicio de la avenida Rivadavia desaparecía por completo sólo a una cuadra cuando llegábamos a Yerbal, y de la misma manera se podía pasar de la desolación completa a una multitud inquieta con tan sólo caminar por la única cuadra de extensión de la calle Florencio Balcarce.
Ya no supe cuánto tiempo hacía que estaba caminando, pero al mirar el reloj pude confirmar que hacía ya tres horas que me encontraba vagando sin rumbo, y decidí que era hora de emprender la vuelta.

No conocía bien la zona en la que me había metido; más o menos recordaba el camino que había hecho para llegar hasta ahí, pero hubo un momento en el que me perdí casi por completo y decidí dejarme llevar por las arterias de mi ciudad, y consultar con mi celular en el caso de que no tuviera ni la más mínima idea de dónde me encontraba.

A veces me gustaba intentar volver para el lado que más me sugiriera mi intuición, si bien no conocía para nada ese barrio. Había caminado realmente mucho, y quizás podría estar por la zona de Villa Urquiza, o Parque Chas. No era Parque Chas porque ese barrio es muy fácil de identificar: es el más hermoso de toda la ciudad.
Pero estaba cerca de esa zona, yo estimaba. Quizás un poco más hacia el oeste, y quizás estaba más cerca de Versalles que lo que yo creía. A decir verdad, no tenía más que una muy vaga intuición de mi posición. No había ninguna avenida para consultar; estaba bien metido en un barrio, alejado de toda zona de comercios o de tránsito. No pasaban colectivos, autos, ni caminaba nadie. En ese momento me llamó mucho la atención lo poco que conocía a mi propia ciudad. "Buenos Aires es inmensa... A veces creo que la conozco bien, y sólo tengo que caminar un rato para darme cuenta de que existen lugares a los que nunca había ido, jamás."
Las calles no tenían nombres, o mejor dicho, no estaban indicados con carteles. Se trataba de esas zonas en las que la gente no los necesita, porque conoce cada esquina de memoria, y que no merecía el suficiente tránsito foráneo como para que el Gobierno de la Ciudad invirtiera en su cartelería.

Me llamó poderosamente la atención la extensión de ese barrio. Había caminado ya un buen rato y no me había cruzado con ninguna avenida; todas eran calles o pasajes anónimos. (Para mí, anónimos. Algún nombre habían de tener). Sólo unas pocas tenían algún viejo cartel oxidado indicando el nombre: "Pasaje la Tertulia", "De las Indicaciones", "Narciso Ibáñez Menta". Eran todos nombres que nunca en mi vida había oído. "¿Así que hay una calle que se llama 'Aceituna'? Esto es de lo más increíble".
Y en ese momento fue cuando vi una cosa.
Era... Extraño de describir.
Había un pasaje que, vaya uno a saber por qué, me llamó mucho más la atención que todos los otros. Era una callecita angosta sin salida, sin nombre, sin autos estacionados y sin nada. Ya hacía rato que no me cruzaba ni un alma, nadie en absoluto en ese barrio, pero entrar en este pasajecito daba la impresión de que incluso hubiera menos gente.
Sin darme cuenta ya estaba caminando por esa calle. Me encantaría referirme a ella por su nombre, pero no lo sé. No había ningún cartel, y en el momento estaba tan cautivado por el lugar que no se me ocurrió fijarme en el celular. A estas alturas ya es imposible saberlo. Mi recorrido de ese día fue eliminado por accidente por Google pocos días después de mi aventura.

Así que, estaba maravillado por esa calle. Era pequeña, cálida, acogedora, y muy misteriosa. Pero eso no fue nada.
Mirando mejor, pude divisar al final de la misma una pequeña puerta. No estaba en el paredón que era el final del pasaje, sino en una de las caras laterales.
Se trataba de una puerta de rejas muy bajita, y que no tenía ningún candado o pestillo. Sólo tenía una manija y, antes de querer hacerlo, ya la había abierto y estaba del otro lado.

La puerta separaba el pasaje por el que venía de un pasillo aún más angosto. No parecía una residencia privada. Estaba al aire libre. Era un pasillo con baldosas cuadradas pequeñas, y muy largo.
Tengo que decir que en ese momento pensé en el Cementerio de la Recoleta. El piso de ahí era prácticamente idéntico al de este pasillo: tenía las mismas baldosas y de un color casi igual, y los espacios entre los mausoleos del cementerio que formaban estrechos corredores solitarios se parecían muchísimo a este recóndito lugar.
Y lo que vi después, se parecía incluso más.

El pasillo era lo que parecía ser la arteria principal del barrio Nueva Caledonia (cuyo nombre pude conocer gracias a una chapa extremadamente anciana, oxidada, y abandonada que estaba colocada en una pared). Después de caminar casi una cuadra por esta, ¿calle?, llegué a donde comenzaban las otras.
El corredor angosto tenía el nombre de "Avenida Principal", y de forma perpendicular a él salían las otras calles del mismo ancho que llevaban un número por su nombre.
No me pregunten hasta cuál número llega, porque tuve que irme de ahí antes de que se hiciera de noche, y sólo llegué hasta la calle veintisiete.

El barrio Nueva Caledonia estaba deshabitado. No había nadie que viviera ahí, y daba la impresión de que estaba así hace mucho, mucho tiempo. Las calles numeradas eran algunas muy angostas, y sólo se podía caminar por ellas con cuidado porque a veces no había espacio para pisar con los dos pies a la vez. Algunas otras eran un poco más anchas y se podía caminar bien, si bien no pasé por ninguna en la que no pudiera tocar las casas de cada lado de la calle con los dos brazos a la vez. Mejor dicho, la parte de atrás de las casas de un lado. Déjenme explicar.
En cada una de estas calles numeradas había dos lados: las puertas, que consistía en muchísimas casitas pequeñas y antiquísimas con sus puertas, timbres, y ventanas sucias, puestas una al lado de la otra, y "del lado de enfrente", estaban las partes traseras de las casas de la calle siguiente. Era como si hubieran puesto muchas casas en fila, y hubieran puesto muchas de estas filas una al lado de la otra, dejando un espacio de un metro o menos entre cada hilera.
Cada unos veinte metros, caminando desde la Avenida Principal, en la dirección de alguna de las calles perpendiculares, aparecía otro corredor, que yo llamé mentalmente "Avenida Secundaria", "Avenida Terciaria", y "Avenida Cuaternaria". En total sólo estaban estas tres adicionales en esa dirección. En el lugar en donde debería estar la cuarta, terminaba cada calle en una pared mohosa.

No sé cuántas casas había en total en el barrio. Pude contar al menos diez por cada "cuadra" de veinte metros, así que en total en las cuatro cuadras de cada calle numerada habría cerca de cuarenta. Esto daba un número muy grande de viviendas minúsculas en total contando las muchísimas calles numeradas que había. Como dije, llegué hasta la 27, pero había al menos otro tanto.

Las casas eran muy angostas, no más de dos metros de ancho, todas de sólo planta baja, y se podía ver que eran de una construcción muy rudimentaria y extremadamente antigua. Yo estimé la edad de algunas en más de doscientos años. Quizás tenían más de trescientos. No tenía idea que hubiera material edilicio tan antiguo en mi ciudad.

Creo que es innecesario aclarar que en ningún momento me crucé con nadie, por supuesto, y todas las casas y veredas que vi estaban cien por ciento abandonadas hace muchísimos años. No había alumbrado público, no había ningún cartel, y tampoco había basura o algún papel en el suelo o nada que diera un indicio de que en algún momento alguna persona hubiera estado ahí. El objeto más moderno que ví debe haber sido un timbre eléctrico muy básico que ya no funcionaba.

Cuando el cielo se empezó a poner oscuro, decidí dejar el lugar y a la vuelta preguntarle a mis conocidos al respecto. Esperaba obtener alguna respuesta del estilo "sí, Nueva Caledonia era un club muy antiguo que tenía viviendas internas pero...", o "sí, conozco el lugar, antes estaba habitado pero se cerró hace cien años"... Pero en lugar de eso, como ya conté, nadie, absolutamente nadie, tenía el más mínimo conocimiento de este lugar.

Quise volver muchas veces, pero nunca pude localizar el lugar. Cuando estaba volviendo, en un momento aparecí en Liniers y me di cuenta de que había estado con la mente en blanco durante todo el trayecto desde el barrio en el que estaba hasta esa estación. Me sentí frustrado, porque no podía recordar para nada las calles por las que acababa de venir. Al fijarme en el mapa más tarde, ya en casa, pude ver que la recepción era muy mala en la zona por la que había estado, así que el recorrido era sólo una aproximación y a veces pegaba saltos muy grandes que no tenían sentido (por ejemplo, me indicaba como que había caminado en línea recta siguiendo una diagonal que no existía, atravesando varias manzanas...) Reporté el error a Google, pensando que podría ayudarlos a mejorar de alguna manera, pero en lugar de esto ellos decidieron eliminar por completo este registro de mi cuenta y jamás lo pude recuperar.
Sé que está cerca de la zona por la que yo intuía, a grandes rasgos (Parque Chas y Liniers están a una gran distancia el uno del otro, pero todas las zonas que mencioné se encuentran en la zona, digamos, "oeste" de la Ciudad de Buenos Aires). Es una aproximación muy burda, lo sé, y casi que no sirve de nada, pero es lo mejor que pude conseguir con los datos que tengo.

No sé si se trata de un predio privado que fue semi público y quedó en abandono, o si se trata de un asentamiento improvisado que data de los orígenes de Buenos Aires y que nunca llegó a quedar registrado en ningún lado, o qué demonios será.

Si algún lector sabe o puede conseguir algo de información respecto del barrio Nueva Caledonia, lo apreciaré mucho.

domingo, 10 de mayo de 2020

Cómo regalarle un kilo de helado a tu vecino desconocido

Hay que comenzar utilizando una aplicación de pedidos defectuosa. En épocas de aislamiento, el delivery es una alternativa muy elegida por muchos. Antes solíamos llamar por teléfono directamente a los negocios de los cuales queríamos adquirir un bien, pero hoy en día optamos por utilizar una aplicación móvil como intermediario (séase Pedidos Ya, Glovo, Rappi, y el ahora infame Uber Eats las más frecuentemente utilizadas).
Entonces.
Es una buena idea utilizar una aplicación que vincula tus datos con los que ya tiene en su base de datos: por ejemplo, la vez que pediste un transporte por Uber, quién sabe por qué razón, hace ya mucho tiempo.
La aplicación utilizó la geolocalización para obtener una dirección aproximada de tu casa y enviarte un auto. Y, al parecer, se quedó con ese dato para siempre. Le habrá parecido un lindo barrio, o pensó que le iba a servir para sorprenderte en el futuro.
Y bien que lo hizo.

Hoy toca pedir un kilo de helado. Por azar, toca elegir Uber Eats. No por azar, Uber Eats ya tiene tu dirección. Sí por azar, la dirección es incorrecta.
Sigue elegir los gustos: kinotos al whisky, sambayón, y chocolate con pasas son una buena opción (a menos que tu paladar aún no sea óptimo. Lo lamento de verdad si el lector forma parte de este grupo).
Paso próximo, confirmar el pedido. ¡Es de verdad una aplicación muy simple de usar!
Paso final, buscar el pedido, cuando llegue...

...en cualquier momento...

Ya casi debe estar.

Ahora viene el paso de la duda. ¿Por qué pasó una hora y media y no llegó el pedido que pediste en la heladería que está a 10 cuadras? Gateando tardaría menos.

A éste lo sigue el paso de la sorpresa: en la aplicación dice que el pedido ha sido entregado.

Evidentemente, ahora es el turno de la molestia: no hay ningún kilo de helado en mi casa y ya se está haciendo tarde.

Sugerimos llamar a la heladería y preguntar si ya despacharon un kilo a nombre tuyo. Te van a decir: "sí, salió hace hora y media. Ya te debería estar por llegar".
Pero ellos no lo saben.

Paso opcional, muy recomendado: reportá el error a la aplicación (si bien fue tu culpa no haber visto que la dirección estaba mal, aún no lo sabías). Te van a devolver el 100% del monto de la compra sin cuestionarte.
La primera vez.

Vas a estar un poco molesto a estas alturas, y un poco humillado, sin saber aún que le mandaste exitosamente un kilo de helado a la casa que está al lado de la tuya. Probablemente una familia esté muy agradecida por esta ocurrencia fortuita.
Si no son gente de bien, se van a quejar de que los gustos son feos. ¿Cómo puede ser feo cualquier gusto de helado gratis? Además, cuando esos gustos gratis son objetivamente una exquisitez, pero esa discusión (esa discusión perenne) es para otro momento.
Después de todo, no gastaron plata y vos tampoco.

...

Pero esto no queda así.
Tu generosidad es vasta, pero también lo es tu gula. El chocolate de ese lugar es buenísimo.

Round 2.

Hacés otro pedido.
Y ahí lo ves. La dirección completada automáticamente por la aplicación.
Ah.
Maldito Uber Eats. "Pinche de suerte". Yo no vivo en esa dirección. Esa es la casa del tarado que vive al lado y le grita todas las noches a la madre a las 2 de la mañana. Ah, dios mío. Le mandé un helado gratis.
Bueno.
No importa. Pedís otro.
Y como sos precavido y muy astuto (o eso creías), le vas a mandar un mensaje al repartidor cerciorándote de que la dirección que recibe ahora esté bien (si bien la modificaste por la acertada, igual haces un doble chequeo.) Así no sale nada mal. Nada. No querés más sorpresas. Eso es ser realmente cuidadoso. Seguro va a salir todo bien.

Por tu mente va a pasar la situación hipotética en la que le envías por error un segundo kilo a tu vecino pesado: "Jaj, eso sería realmente hilarante.". Pero, ¿sabés qué? Hay algo que lo sería aún más.

Este es un repartidor amable, porque contesta con un "dale" a tu modesta aclaración. Él está haciendo su trabajo, y tiene en su poder tu kilo de helado.

En el mapa, el delivery aún se muestra en una ubicación algo lejos de tu casa, así que mientras tanto vas a seguir preparando la palta. Podés pensar: "tengo que cortar algunas cebollas también, tengo tiempo.".
Pero bueno, ya pasaron quince minutos, debería andar más cerca.
Y después de veinticinco, ya tiene que estar por llegar.
...
!!!
Vas a ver la notificación: "Pedido cancelado".
Te vas a sorprender, y te vas a enojar bastante más que la primera vez.
Algunos optan por golpear una mesa; otros se descargan con una carcajada nerviosa; otros, los fuertes de verdad, solo espetan casi sin mostrar ninguna emoción: "Se ve que hoy no puedo comer helado.".
Vas a ver la justificación en la app: "el delivery esperó más de diez minutos y no se pudo contactar con usted".
El paso siguiente es obligatorio: la reflexión. Pensá por qué te tratan de repente de "usted", si bien todos los mensajes anteriores te tuteaban. Es una pequeña dosis de formalidad para que no parezca que te están boludeando, pero tiene un efecto adverso.

Ahora, pensá bien lo que acaba de pasar, más en detalle: hubo un tipo con un kilo de helado, que vos podías simplemente ir y agarrar, en la puerta de tu casa (con los correspondientes buenos modales, claro está) mientras vos estabas a pocos metros, sólo a unas paredes o pisos de distancia, cortando una cebolla, y no te enteraste que estaba ahí porque nunca, jamás te avisó nadie.

El mapa con su localización no se actualizó.
El buenhombre no te escribió por el chat, y, mucho menos, no utilizó el increíblemente arcaico pero avanzado sistema de "timbre" que algunas viviendas aún tienen en funcionamiento. Por ejemplo, tu casa.

Pobre de él. No se pudo poner en contacto con 'usted', y eso que estaba en la puerta de 'su' casa.
El timbre.
Preguntate lo siguiente: ¿no podía tocar el timbre?
No.
Los millennials no tocan el timbre. Eso quedó viejo.
Ahora se usa la telepatía. Cuando hay alguien afuera de tu casa con un helado lo tenés que saber.

Así es.

Este proceso se puede repetir indefinidamente, pero hay una cosa que te lo va a impedir: cuando un pedido es cancelado por el empleado que lo iba a entregar, automáticamente se inhabilita cualquier tipo de reembolso...
Así que el dinero que te haya costado este helado, se perdió para siempre.
De la misma forma, tu voluntad se perdió por esta vez.
Y ese kilo rico, va a hacer feliz a alguien. Probablemente, al repartidor que hoy tiene postre.
Como tu vecino, que ya está gritando que no le gusta el sambayón.

Mientras vos comés de postre unas uvas.

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Basado en una historia real

miércoles, 6 de mayo de 2020

1000 horas, y 10 días. Ah, y 3 horas

Había pasado un ratito desde la última vez que había pisado el extranjero. El extranjero de mi casa. No había salido de los metros cuadrados de la ciudad en los que habitaba por 1240 horas, aproximadamente.
Era la hora de la cena.
Ya había lunecido.
Y faltaba comprar pan; más precisamente, pan árabe.
¿Quién compró todo este tiempo? Bueno, otras personas que residen conmigo. ¿Y esta vez? Bueno, una cocinaba, otra estaba entrenando, y... entre las opciones restantes, fui seleccionado, por primera vez.
Antes de salir, computé el tiempo transcurrido desde mi última salida: 15 de marzo a las 22 horas, y pude ver que se trataba de 1243 horas. El número era copado, de cierta forma, así que estuve conforme y eso fue un primer paso para salir. (Quién querría salir a las, no sé, 1239 horas, ¿no? Es un número horrible. Sin embargo, 1243 es un número piola. En ese año se fundó Brno, por ejemplo. Y además, son 10 días pasadas las 1000 horas. Bueno, y un poquito más, pero ni siquiera sé si el 15 de marzo llegué a casa a las 22 o a las 19. Así que es un error aceptable.)

Así que busqué... las... ¿zapatillas? Uf, ya ni me acordaba cómo salir a la calle. Creo que... me tenía que poner calzado, y podría sacarme la ropa de entrecasa por primera vez en casi dos meses. Meh, mejor me pongo otra de entrecasa para seguir con esa racha.

Agarré las llaves, que tenía a mano porque allí las dejé el último día que salí (lavadas y todo), el celular para pagar mediante Mercado Pago (¡el supermercado chino acepta ese medio!), y ya estaba listo para salir.

¡No! El barbijo. Faltaba eso. Yo tenía el mío por ahí, así que lo tomé y ahora sí estaba con todo para salir al espacio exterior.

- ¿Estás listo?
- Sí. Puedo hacerlo.
- Mucha suerte.

Con todo listo, crucé el umbral.
Y ya me encontraba afuera. Había imaginado que el exterior sería un poco más silencioso, más inhóspito. Pero al salir de la escotilla, otro ser con barbijo y perro estaba justo ahí. No nos miramos, y simplemente di los pasos que hicieron falta.
Miré hacia la izquierda, y pude ver ambulancias, así como un... ¿colectivo? pasando a lo lejos.
"Colectivo... Esas cosas eran como una habitación grande pero que no estaba quieta, sino que se movía y te podía llevar a cualquier lado. Incluso algunos desaparecían en plena vista. Ya me había olvidado de esos, mirá vos."
Crucé el antiguo perfluye que separaba mi fracción ciudadana de la de enfrente, y ya estaba a una línea recta del chino.
"Qué loco... Todos estos edificios, todas estas criaturas, la noche... Esto existe mientras yo no lo veo. O eso parece, digo, sigue acá aunque yo ya me había olvidado."
Ver las veredas (es como el pasto pero más duro), ver *EL CIELO* (es como el techo de mi casa, pero celeste y muy alto), y caminar por más de 2 metros seguidos... Se sintió raro.
La sensación se parece a la de volver a un lugar muy lejano después de no visitarlo por mucho tiempo, y notar las cosas que cambiaron y las que no, mezclado con la sensación de haber estado, quizás, en un coma, o algo así. Porque el lugar lejano estaba literalmente afuera de mi casa. Y yo vivo ahí.
(Nunca estuve en un coma pero supongo que debe ser un poco similar (módulo otras afecciones).)

En los, aproximadamente, cien metros que me tocó transitar, quizás flotando en el espacio, quizás caminando, no me crucé con nadie, pero vi a unos seres conversando del otro lado. Todos con su barbijo, tapabocas, cubrerrostro, vestimenta facial: la prenda de moda.

Y llegué al nuevo país. Estaba en el Chino.
La cajera de siempre, con su disfraz de faz, y una pared transparente de papel film que separaba su cachito de su cachiton't. Los seres, formando una hilera, espaciados regularmente según indicaban unas cintas pegadas en el piso. Guido, haciendo sinapsis, buscando el pan árabe.

"Es extraño. La última vez que salí, la gente se daba la mano y se tocaba. Ahora todos están a un metro de distancia y rechazan las miradas, como si se pudieran contagiar de algo mediante los rayos de luz..."

Un colectivo pasó por lo que llamaban "calle", y se vio desde la puerta del chino. No solían pasar por ahí. De hecho, no lo hacían nunca a menos que la ruta habitual estuviera cortada por obras o algo así.
"¿Qué obras pueden estar sucediendo ahora? Obras de teatro seguro que no, al menos no con público. Obras sanitarias o de reparación, no creo. Además, ya es de noche. ¿Será...? No sé."
No tengo idea. Bueno, mi turno de pagarle. La cajera tomó el producto que yo deposité por debajo de su artefacto separador, en la abertura especialmente diseñada para ello, y me dijo "85 pesos". No tengo idea si eso es caro, si es barato, o si los conceptos de caro y barato se diluyeron de la misma forma que el concepto de los días lo hizo. Podría pensar que es un dólar y pico, o que es menos de un dólar, según qué cotización tome en cuenta. De las miles que hay. Podría pensar que nada es caro si lo puedo pagar. O podría pensar que el chino maldito me está estafando, ¿cómo va a salir 85 pesos un pan? En fin. No es pan cualquiera. Es pan árabe. Pan uqbarniano, en una de esas.

Ya era hora de dejar este nuevo continente. Tomé mi producto comprado, mi pancito, y me fui.
"Había muchas personas en el súper... ¿No había una orden de aislamiento? Por eso es que estuve tanto tiempo en casa. ¿O no estuve tanto tiempo en casa, sino que me olvidé todo y yo creo que no salí hace mucho pero sí lo hice, ayer? Lo dudo... Pero es una posibilidad, andá a saber."

Y ya estaba en la ruta de regreso.
Deshice mi camino para llegar al punto desde el cual había partido, pero me topé con la cosa más singular:
Una criatura (de esas que habitan en el perfluye y sus fracciones adyacentes, y van a comprar al chino y charlan en la puerta de los edificio) tenía una máscara que cubría toda su cara, símil a las que usaba la gente cuando antes se hacían cosas, y soldaban, por ejemplo. Pero esta era más barata, parecía hecha con un pedazo de una botella de gaseosa o algo así.
Cruzaba, de un lado al otro, y se metía entre los autos. No sé qué agarraba, porque parecía que algo agarraba de los tachos de basura (¿basura?) o de los cordones.
En un momento, decidí cruzar para llegar al lado de mi casa, y la señora salió de quién sabe dónde. Creo que estaba abajo de una baldosa.
Me mira, piensa un rato, y espeta:
"Perdón."
Y sale corriendo. Desapareció acto seguido. No pude evitar pensar, "debe ser pariente de ella". La del piano, esa.

Así que, no salgo por dos meses, y cambia casi por completo la forma de actuar de la sociedad en la que estoy inmerso. Sí, "sociedad" es una palabra. Cambia el recorrido de una línea de colectivo (existen todavía!!), cambian los horarios de todo el mundo, cambia mi percepción de salir a la calle al punto que pareció casi una aventura (duró no más de 5 minutos), y cambio caaambio dólar euro real, caaasa de cambio. Cambia la moda también. Bastante.

Y bueno.
Entré a casa.
Tenía el pan.
Y un barbijo puesto (contra mis expectativas, no me molestó en lo más mínimo tenerlo puesto, y hasta me agradó).

Ya me estaba olvidando cómo era el exterior. Cuando dejé todo y me vine a mi habitación de nuevo pensé que me lo había imaginado todo. No sentía haber estado afuera.
Y mientras escribo esto, mis vecinos aplauden. ¿Cómo saben que estoy escribiendo? Son muy gentiles en reconocerme de esta manera. Muchas gracias, seres de moradas colindantes.

Así que sí, llevaba 1 segundo sin salir de casa. ¡Hurra!

viernes, 1 de mayo de 2020

Cuento de una página

Porque en una página entra bastante. No tenía muy en claro de dónde acababa de salir, porque recién amanecía. Es como todas las cosas que comienzan: antes de empezar no existen y no existir significa el vacío. ¿El corte de carne? No, más bien, la idea de cortar para algo que nunca se cortó. No existe el concepto, no está la idea. Pero bueno, medio raro todo eso. Ahora cuando termine la merienda voy a prender la máquina. La alarma recién me dijo que había terminado de generarlo. Todavía no sé si darle forma física, o si dejarlo en su estado conceptual. Bueno, vamos a sacarlo. Ya está oscureciendo por acá. Donde dice instrucciones: escribir un cuento de una página.